Hipotecados por el franquismo


Tras la solicitud explícita de Mariano Rajoy , el pasado 15 de enero, de "vencedores y vencidos" y la renuncia a cualquier estrategia de diálogo en el proceso de lucha contra ETA, constatamos nuestras peores sospechas: que el PP lleva en su identidad política y convicciones más profundas los peores rasgos del franquismo en lo tocante a la convivencia cívica.
La dictadura recordó durante 40 largos años a los ciudadanos que había dos categorías de españoles, vencedores y vencidos, mediante un discurso rencoroso y revanchista que tenía como objetivo último la justificación de un levantamiento contra la legalidad democrática, la sangrienta guerra de exterminio y la propia dictadura resultante de ese holocausto fascista.
Hoy, inmersos en el brete de la búsqueda de la paz, comprobamos que este rasgo del discurso franquista sigue hipotecando el futuro del país, incapacitando a una buena parte de la sociedad para ejercer el diálogo y el perdón sobre el adversario, sin los cuales no hay paz, democracia ni, en última instancia, sociedad. Porque una sociedad democrática se sustenta en la capacidad de sus componentes para el consenso entre posturas e intereses contrapuestos, y esto sólo es posible mediante el diálogo.
La renuncia expresa al diálogo nos devuelve a las cavernas prehistóricas en las que algunos siguen instalados, con su ambiente viciado, infestado de chinches y otros parásitos, falto de luz y aire fresco. Un ambiente insalubre en el que el cerebro humano, sometido a esas condiciones, genera cuadros de paranoia, histeria colectiva, sociopatía esquizoide, intolerancia y odio enfermizo. Es lo que pasa cuando las cucarachas acaban anidando en el cerebro. Losantos sería un ejemplo gráfico, pero no el único.
Esa parte de la sociedad sigue traumatizada por un discurso que algunos tratan de reverdecer hoy de manera criminal, resucitando mediante su aparataje de agitprop losantoniano, toda la propaganda franquista que perpetuaba y justificaba esa visión de vencedores y vencidos.
No cree el PP en las propiedades balsámicas del diálogo y el consenso, piezas fundamentales de la cultura democrática, porque nunca han sido parte, en lo más profundo, de esa cultura, de la que sus antecesores abominaban por activa o por pasiva, en la larga noche franquista.
Y tienen dos caminos para superar ese trauma, ese déficit democrático: que las leyes biológicas hagan su trabajo y la gente que así piensa vaya desapareciendo progresivamente, o hacer exámen de conciencia, terapia de grupo (más bien terapia generacional) y superar definitivamente un esquema ideológico incompatible con la conviviencia democrática.
No es casual que desestimen el diálogo como método político de resolución de conflictos. El diálogo tiene una capacidad subversiva demostrada a lo largo de la historia una y otra vez. Sólo mediante esa capacidad el hombre puede descubrir que no está solo en sus luchas cotidianas, que muchos semejantes comparten sus ideales, intereses e incluso temores, tres motores básicos de la política.
Hoy se nos quiere llevar a una sociedad atomizada en individuos, confundiendo las libertades individuales con la renuncia a la capacidad para asociarse mediante el ejecicio del diálogo y el entendimiento en aras de un interés común, LA PAZ, en este caso concreto. No interesa una sociedad compuesta de ciudadanos organizados y capaces de reivindicar o denunciar conjuntamente los desmanes que se comenten en nuestro nombre, en nombre de la democracia. Los que pensamos que la unión hace la fuerza somos tachados de obsoletos por la neolengua capitalista, cuando lo anticuado y primitivo es la renuncia a las capacidades sociales que tan lejos nos han llevado. La renuncia al diálogo es el retorno a las cavernas que un día dejamos atrás.
A los que no creen que un día habrá que sentarse a negociar una paz les propongo que ejemplifiquen con un sólo caso histórico en el que la resolución definitiva de un conflicto sangriento se haya alcanzado sin negociar la paz con el enemigo, con los otros.
Nunca más debe hablarse de vencedores y vencidos. Con esas etiquetas la convivencia democrática es inviable. Un día ETA dejará las armas y la izquierda abertzale renunciará a la violencia como parte de su credo político, y el Estado español deberá reconocer los atropellos, abusos e injusticias cometidos contra los nacionalismos periféricos. Ese día, todos sabremos quién ha vencido y quien ha sido derrotado pero no hará falta recordarlo por los siglos. Otra vez no.
Ese será el día en el que todos/as seremos un poco vencedores, en el fondo todos/as habremos derrotado nuestros demonios familiares.


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